Por: María Inés Mesta
“¿Para cuándo los hijos?” “Te conviene apresurarte, se te
está pasando el tiempo y no querrás ser una mamá vieja”, “No conoces el
verdadero amor hasta que se es madre” “¿No te da miedo no dejar tu huella en el
mundo?, la verdad es que yo si quiero dejar algo, trascender” “¿Quién te va a
cuidar cuando seas mayor?” “Anda, serías buenísima mamá. Tu tenlos, lo demás se
va dando” “Cuando tomas a tu hijo entre tus brazos por primera vez, te das cuenta
de que todo el embarazo, complicaciones, dolores de parto y, cualquier
sufrimiento relacionado habrán valido la pena” “Nada más desinteresado y puro
que el amor de madre”.
Estos son los mensajes que hemos escuchado o hemos
repetido desde que las mujeres tenemos uso de razón. Estos mensajes se
intensifican cuando estamos en edad reproductiva, y son aún más frecuentes
cuando la destinataria de los mismo rebasa los 30 años de edad, y no ha podido
o, peor aún, no ha querido parir. La maternidad como destino atraviesa desde nuestros orígenes nuestra construcción
social y cultural como niñas y mujeres. Al mismo tiempo y como producto de la producto
de la división sexual del trabajo, ha servido como un dispositivo para asegurar
que el trabajo de crianza, de limpieza y formación afectiva se siga llevando a
cabo cortesía de las mujeres, como producto del amor como condición intrínseca
e ineludible de la maternidad.
Pero, ¿Qué pasa con quienes no hemos sentido nunca el
deseo de ser madres?¿Qué pasa con quienes lo desean y no lo logran? ¿Somos
acaso mujeres incompletas, rotas o egoístas cuando rechazamos el mandato de la
maternidad?¿Qué pasaría si reconociéramos que el sentimiento de amor hacia los
hijos no está presente en todo momento del maternaje?¿Somos malas madres cuando
no anteponemos lo que se concibe como “bienestar de los hijas e hijos” a nuestros
proyectos personales o profesionales?¿Somos malas mujeres cuando decidimos no ser
madres?¿Qué sucede con quienes al tomar a su bebe por primera ocasión no
sienten esta conexión inmediata? ¿Son ellas, somos todas unas “madres
desnaturalizadas”?. Estas son algunas de las reflexiones que estuvieron
presentes durante la planeación del presente conversatorio y que queremos hoy
poner sobre la mesa.
Sharon Hays (1998) en su libro “Construcciones Culturales
de la Maternidad” sostiene lo siguiente: “Las
imágenes de los hijos, la crianza infantil y la maternidad no surgen de la
naturaleza ni son azarosas. Son socialmente construidas. Su carácter natural
está refutado no solo por la variación entre diferentes personas y lugares sino
también por su carácter siempre cambiante.” Si compartimos la premisa de
Hayes, tenemos que partir de la admisión de que las formas en que se ejerce la
maternidad de una cultura a otra difieren considerablemente entre sí y a través
de la historia, lo que nos lleva a un primer cuestionamiento respecto de su
orden “natural”, y por lo tanto nos debiera llevar a romper con los mitos y
estereotipos de la buena madre, de la
madre desnaturalizada y la narrativa
del llamado instinto maternal.
Asimismo, Hays desarrolla el concepto de maternidad intensiva, que se aparta del
modelo de hijos como capital económico. Es este modelo de crianza infantil
predominante en culturas occidentales como la nuestra, que hace de las hijas e
hijos un constructo social de criaturas inocentes, que no tienen precio, cuya
crianza corresponde a las madres individuales, y coloca al centro del modelo
las necesidades de niñas y niños por encima de cualquier necesidad individual de
la madres. En nuestra cultura, se nos han dicho que es éste el mejor modelo y
el único disponible para las madres actuales, y lo hemos tomado como una verdad
incuestionada, aislada de todo contexto histórico, social y cultural, y
despojándolo de su capacidad de cuestionado, deconstruido y resignificado.
A través de este conversatorio, se pretende iniciar una
conversación acerca de cómo se vive la maternidad, el maternaje, la decisión consiente
o realidad involuntaria de la no-maternidad, desde distintas posiciones y
ópticas de este grupo plural de mujeres. La esperanza es que a través de la
discusión honesta y colectiva, logremos algún día deshacernos de la culpa y del
juicio hacia las demás y hacia nosotras mismas, de todo lo hecho y lo que se
pudo haber hecho mejor y de todo no se hizo; a rechazar imposiciones y plantarnos
frente al dedo acusador y contradictorio de la sociedad, que tan pronto impone la
maternidad como única alternativa para la realización de las mujeres, como
desestima e invisibiliza su valor en términos sociales y económicos; que por un
lado exige practicar la lactancia materna y por el otro les niega espacios y
tiempo para poder hacerlo, o las reprende y avergüenza por hacerlo en público,
por hacerlo por períodos insuficientes o muy prolongados; que por una parte
exige todo el tiempo, atención, amor, dedicación y recursos en el desempeño de
esta actividad, y por la otra estructura sus actividades de acuerdo con modelos
laborales neoliberales que impiden una verdadera conciliación entre las
necesidades económicas y las necesidades afectivas que conlleva su ejercicio,
en detrimento de la salud y bienestar de las mujeres y desincentivando la corresponsabilidad
paterna.
La invitación es también reconocer que no todas las
maternidades son libres, deseadas, o elegidas; que se vale renegar, que se vale
equivocarse, que es un trabajo. Que es mucho trabajo. Que si bien el amor hacia
las y los hijos ayuda a hacerlo más llevadero, es ingrato en muchos sentidos y
en ocasiones no es suficiente para contrarrestar el agotamiento, la duda, la
sobrecarga; a reconocer que existen otras formas de trascender, más allá de la
maternidad y a reivindicar esta decisión. Es un llamado a construir modelos de
maternidad no opresivos, en nuestros propios términos, que no nos desdibujen en
nuestra individualidad y que no nos anulen como sujetas de derechos con
proyecto de vida y dignidad propia; es un llamado a vivir el maternaje en libertad,
a dimensionar el valor social y económico que conlleva, a respetar y valorar
los proyectos de vida de mujeres diversos dentro del proyecto de maternidad y
diversos al mismo, a visibilizar y comprender
que el amor y la plenitud tienen muchas formas, mismas que habremos de
construir cada una en lo individual, pero en beneficio de todas en lo
colectivo.